La Llorona es un espectro del folclore hispanoamericano que, según la tradición oral, se presenta como el alma en pena de una mujer que asesinó o perdió a sus hijos, busca a estos en vano y asusta con su sobrecogedor llanto a quienes la ven u oyen. Si bien la leyenda cuenta con muchas variantes, los hechos medulares son siempre los mismos.
En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos rudos con que los agricultores avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la atención de los viajeros.
Es una voz de mujer que solloza, que vaga por las márgenes del río buscando algo, algo que ha perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a los niños que han oído, contada por los labios marchitos de la abuela, la historia enternecedora de aquella mujer que vive en los establos, interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido eterno.
Era una pobre campesina cuya adolescencia se había deslizado en medio de la tranquilidad escuchando con agrado los pajaritos que se columpiaban alegres en las ramas de los árboles. Abandonaba su lecho cuando el canto del gallo anunciaba la aurora, y se dirigía hacia el río a traer agua con sus tinajas de barro, despertando, al pasar, a las vacas que descansaban en el camino.
Era feliz amando la naturaleza; pero un día que fué a la casa de la familia del su jefe en la época de verano, la hermosa campesina pudo observar el lujo y la coquetería de las señoritas que venían de la ciudad. Hizo la comparación entre los encantos de aquellas mujeres y los suyos; vio que su cuerpo era tan vibrante como el de ellas, que poseían una bonita cara, una sonrisa trastornadora, y se dedicó a imitarlas.
Como era hacendosa, su jefa solo durante las vacaciones la contrató y la llevó a la capital donde, al poco tiempo, fue corrompida por sus compañeras y los grandes vicios que se tienen en las capitales, y el grado de libertinaje en el que son absorbidas por las metrópolis. Fue seducida por un jovencito de esos que en los salones que, con frecuencia, amanecen completamente ebrios en los burdeles. Cuando supo que iba a ser madre su ama la despidió, y tuvo que volver a su casa. A escondidas de su familia dio a luz a una preciosa niñita que arrojó enseguida al sitio en donde el río era mas profundo, en un momento de incapacidad y temor a un padre que se desentendió, o una sociedad que actuó de esa forma, repudiándola como si fuera una ramera. Después se volvió loca y, según los campesinos, el arrepentimiento la hace vagar ahora por las orillas de los riachuelos buscando siempre el cadáver de su hija que no volverá a encontrar.
Se cuenta que, en el aniversario de su muerte, la Llorona visita el pueblo donde vivió durante la noche, buscando a los niños que no están en su casa, en sus camas, para sustituirlos e intentar mitigar el dolor de lo que hizo.
Los viajeros aseguran que, cuando en callada noche atraviesan el bosque, los ruidos de aves quejumbrosos, desgarradores y terribles les paralizan la sangre. Es la Llorona que busca a su hija...