Había una chica que tenía un perro que siempre dormía debajo de su cama. Cuando se sentía insegura o tenía miedo, dejaba caer la mano, el perro se la lamía y ella se sentía más tranquila.
Una noche la chica se quedó sola en casa, era tarde y estaba en la cama medio dormida. Oyó un ruido, como de un perro jadeando. Como de costumbre, dejó caer su mano y el perro la lamió, tranquilizandola. Más tarde le despertó un ruido "plic, plic, plic...", un grifo abierto. Se levantó, y localizó el goteo en el baño. Miró la pila y resultó que estaba totalmente seca, se lavó la cara y se aseguró de haber cerrado bien el grifo.
Al levantar la vista vió con horror un mensaje escrito con sangre en el espejo.
"Los humanos también sabemos lamer."
Aterrorizada, retrocedió, tropezó con la cortina de la bañera y notó que había algo dentro de ella. Se giró, cogió el secador que colgaba de una percha dispuesta a usarlo de arma. Descorrió la cortina y vió a su perro colgado con la lengua fuera, muerto. En la base de la bañera había un reguero de sangre hasta el desagüe y, de la misma lengua del perro, aún goteaba la sangre "plic, plic, plic..."
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